The Beyoncé Experience

Solo alguien como ella puede llamar así a su propia gira. Perfectamente comprensible, dado que la humildad es incompatible con la divinidad.

Ayer mi compañera de fatigas (todas las promesas de mi amor se irán contigo) y yo cambiamos el cine de los domingos por el concierto de tamaña Diva. Ella sabía que yo iría, lo sabía, por eso su cuerpo de baile interpretó magistralmente una escena de Chicago.

Sabía también que lo único que había escuchado de ella como solista era el "to the left, to the left", que es uno de sus últimos temas, aunque Glòria sostuviera que era un tributo a la jornada electoral, y por eso tenía que performar algo de Destiny's Child para que entrara en calor.

Como la mejor de las anfitrionas, desvió mi atención de música y letras que sonaban para mí por primera vez con coreografías espectaculares, glitter por doquier, tacones de escándalo y cuerpos de los que convierten el género humano en objeto de culto.

No me defraudó al corroborar que es el excéntrico personaje adicto al prozac y emocionalmente desequilibrado que esperaba de ella, apareciendo una hora tarde y exhortando al público para que coreásemos su nombre ("Say my name, say my name, say Beyoncé"), y emulando una auténtica sonrisa de loca tras conseguirlo. Delicioso, encantador (hay que decir) desequilibrio que tanto juego dio durante dos horas y pico, alternando verdadera violencia desatada en el baile con pestañeo de novicia con liguero.

Y, además, canta.